viernes, 26 de julio de 2013

Presentación de los libros: "Siete cuentos para volver" y "Nada del otro mundo" del poeta y escritor Paolo Astorga en el Centro cultural de Ate.

Presentación de los libros: "Siete cuentos para volver" y "Nada del otro mundo" del poeta y escritor Paolo Astorga en el Centro cultural de Ate. (Hablan las imágenes, cortesía del editor y poeta César Pineda)

César Pineda moderando el evento

El poeta Miguel Ildefonso presentando los libros

Una anécdota previa antes de leer

Algo decía, algo contaba

Leyendo "Marcelo es el más bruto del salón y en eso estamos de acuerdo" del libro "Siete cuentos para volver"

Alumnos intentando escucharme

Amigas y amigos cantuteños que asistieron a mi presentación

Palabras y Bohemia


Comentario y fragmento de "Nada del otro mundo"




"Los siete cuentos que conforman Nada del otro mundo del poeta y escritor Paolo Astorga, nos relatan las experiencias cruciales de una nueva generación, jóvenes que se inician en la vida de forma tan apasionada y abisal, que pareciera que no dieran oportunidad al futuro. Rompen, por eso, esa bien conocida frase de que "los jóvenes son el futuro", y es que ya esa frase ha caducado hace tiempo. Los jóvenes trabajan, forman bandas, y no solo sueñan, o quizás ya han perdido los sueños. Los personajes de este libro, empujados aun por el amor, el deseo y la lucha del poder, arman sus estrategias para vencer al vacío que deja como una zanja esta postmodernidad alienante. El narrador sabe penetrar en las tribulaciones de sus protagonistas, justo antes del beso o del suicidio. Cada cuento o relato termina con una lección cruda de una verdad que no se dice, pero que se vive día a día, en la casa del lado, en la calle siguiente, en el otro distrito. Es el hoy, y es el aquí; no es nada del otro mundo."

Miguel Ildefonso
Portada del Sol, 2013.


"Sería perfecto no recordarlo, no recordar que era sábado, porque igual todos sabíamos que sus ojos eran los mismos ocasos vencidos por el vacío. Era sábado y el día en que tenía que ver su rostro en el rostro de esa mujer que no podía resistir. Era sábado y bajo esa palabra que iba repitiendo lentamente hasta el hartazgo nacía la imagen y quizá la voz ligera y complaciente de esa muchacha única e imposible que quería olvidar como el otoño a sus hojas marrones, para que sea menos dolorosa la herida en el corazón o quizá no, quizá no había corazón, sino solo un puñado de recuerdos, malos recuerdos, malas acciones, malas palabras antes pronunciadas, secretas palabras también, secretas como mirarla después de la escuela, ver cómo camina, ver cómo conversa con una amiga y luego desaparece entre la niebla y luego hacerse obsesión en mi mente, no en mi corazón. Mi corazón no existe, existe algo muerto que cree latir, yo creo en eso, siempre creo en eso y más aún cuando pienso que me miras, que eres tú la que me mira y no yo, es allí cuando más creo que hay algo vivo latiendo y creyendo que vive. ¡Qué difícil! Estoy intoxicado por este sueño imposible y humano, entre las sábanas blancas que me ahorcan con su limpieza y su olor a mañana turbulentamente quieta sin que yo pudiera besar su imagen siquiera su nombre que guardo en mis sueños, se decía mientras el sábado lo apuñalaba con su angustia y sordidez." (Del cuento: "Daniel")

Comentario y fragmento de "Siete cuentos para volver"



Siete cuentos para volver de Paolo Astorga no es un libro de cuentos, de aventuras estereotipadas ni de trilladas palomilladas de barrio, es sobre todo una panorámica real de la vida de varios muchachos, muchachos como tú que a su corta edad aprenden que la vida es muchas veces un tren a punto de descarrilarse, que la tristeza tiene un enjuto rostro humano; Paolo no ha inventado estos personajes, los ha liberado de su imaginario, brevemente cada uno de ellos ha venido a nosotros a recordarnos los problemas adolescentes, la marginalidad en los que muchas veces se ahoga nuestra juventud; temas como la exclusión social, el bullyng, la depresión, las familias disfuncionales, son problemas que Astorga maneja con madurez y con una visión no sobredimensionada sino más bien real y aleccionadora en cada historia.
Raúl Heraud
Poeta peruano


"Suena el timbre de recreo. Liberación. Bandera rojiblanca flameando en nuestros pechos infantes. No himno, sino júbilo de ser niños aún. No escudo, sino huaycos de vida por el patio del colegio. No escarapela, sino amor y felicidad de no saber qué viene mañana y sin embargo seguir con la confianza de que existe la fuerza para pelear contra cualquier monstruo que impida que mañana amanezca la vida y el sol. Es hora del recreo. No, no, no nos vamos a enfrentar a pedradas contra los de quinto. Pero qué bien que nos provocan, gritándonos cobardes, gritándonos mariquitas, gritándonos niñitas, gritándonos gallinas, gritándonos indignos. Allá ellos, ya no queremos pelear con los de quinto". (Del cuento: Con muchísimo cuidado, camaradas) 

Foto de presentación de "Siete cuentos para volver" y "Nada del otro mundo" en la Escuela de Posgrado de la UNE


Presentación de mis libros "Siete cuentos para volver" y "Nada del otro mundo" (Eclosión editores, 2013), en La Escuela de Posgrado de la UNE - Cantuta. Debo agradecer al profesor Raúl Jurado Párraga por el espacio y a todos los que escucharon mi presentación. ¡Muchas gracias!

“NADA DEL OTRO MUNDO DE PAOLO ASTORGA” - Por: Charly Martínez

“NADA DEL OTRO MUNDO DE PAOLO ASTORGA”


Por: Charly Martínez

La historia de la literatura nos ha demostrado que el salto que han dado muchos escritores al pasar del género poético al narrativo ha sido realmente interesante y, no pocas veces, genial. Pienso ahora en Lezama Lima con su “Muerte de Narciso”, Cortázar con su “Presencia” o quizá también en Borges haciendo sus pininos al publicar aquel bello libro de poemas titulado “Fervor de Buenos Aires”; el resto ya es historia harto conocida, pues estos gigantes de las letras optarían finalmente por la prosa, extendiendo su magia a límites insospechados, convirtiéndose en abanderados y paradigmas de la vanguardia de aquellos tiempos y de los venideros. He mencionado estos tres casos tan solo por circunscribirme al panorama latinoamericano, aunque en otros continentes situaciones similares se cuentan a montones.

Como dije líneas arriba, el producto originado por ese salto de un género a otro en muchos autores ha resultado estupendo. Ahora bien, no debemos excluir de esta pléyade a Paolo Astorga (Lima - Perú, 1987) quien en su segundo libro de cuentos, “Nada del otro mundo” (Eclosión editores, 2013) saca a relucir un mayor afianzamiento en sus dotes respecto al primero “Siete cuentos para volver” que vio la luz hace unos meses y que ahora se reedita bajo el mismo sello; entre su vasta producción el laureado poeta Astorga nos ha obsequiado intensos poemarios y acertadas reseñas, publicadas todas con cierta regularidad, pero en esta nueva entrega la calidad de los textos es sorprendente. Así, el epígrafe de Sartre: “No hay necesidad de fuego. El infierno son los otros”, es el umbral de entrada a un mundo subyugado por la melancolía y la desazón, donde habitan seres castrados, cansados, enajenados por el absurdo del vivir, presentando en su idiosincrasia una fatal ambivalencia que oscila entre el malestar y el placer cuasi masoquista. El resto, quienes los rodean, son tan repulsivos, deformados e infelices como los primeros. Así, en el primer cuento (cuyo título lleva el mismo nombre del protagonista) Daniel es un adolescente inseguro que anda enamorado de Juliana, su amor platónico, a quien constantemente idealiza y a la cual está a punto de declarársele en una fiesta, pero el destino hace de las suyas y le juega una mala pasada. Desde que despierta en la mañana se muestra temeroso, manteniendo aquella dualidad en su conciencia de adolescente inmaduro, deseando en el fondo que no sea el día de la fiesta (“¿Qué le sucedía? ¿Acaso era la mañana frondosa que con su luz amordazaba las sábanas? ¿Por qué no quería despertar?...”). Aunque haya estado esperando aquella ocasión desde hace mucho tiempo. Con singular maestría, el autor mantiene el clímax in crescendo dibujándonos a un jovencito frustrado (“pensaba en lo más enigmático de ella pero, sobre todo, en lo más inútil de él”) e interpolando frases líricas (“mientras el sábado lo apuñalaba con su angustia y sordidez”). Deducimos que la existencia es tan solo un tenebroso espejismo, un fatal artilugio de palabras; en “Nada del otro mundo”, Manuel es un hombre harto de su mujer, a quien ya no desea como antes y que, en consecuencia, no puede complacer (“ese cuerpo que ya probó y probó hasta el empacho”); a él nada le importa, tan solo anda deseoso de “poder mandar a la mierda a todo el mundo y seguir tan idiota como siempre esperando que amanezca pronto, que amanezca pronto y así poder alardear angustiadísimo que vivió un día más”. En dicho cuento se narran los instantes posteriores al encuentro sexual entre la pareja, enfocándose sobre todo en la frustración de Manuel que ha terminado antes de tiempo, y es que cuando se prioriza el acto carnal en una relación amorosa sucede que nos animalizamos, dejando de lado la verdadera sustancia: el resultado es el hastío existencial de uno de los cónyuges, generando un mundo interior rico y además, complicado, junto a una satisfacción egoísta que se ha subjetivado demasiado. También narrando un idilio amoroso –aunque aquí el “amor” alcance niveles enfermizos- aparece “Como si esto nunca hubiera sucedido”, el tercer cuento, que nos recuerda muchísimo a las historias estilo triller de “El club de los parricidas” de Ambrose Bierce y también a ciertos personajes de Rubém Fonseca. Aquí el narrador-protagonista le va contando a un supuesto oficial de policía como fue seduciendo a Claudia, una joven quinceañera para, finalmente, asesinarla. Se trata de una confesión fría, reveladora de una personalidad sumamente patológica, volcada con todas sus energías hacia el homicidio. (“Ella anulaba en mí toda codicia, toda voluntad de ser concupiscente. Ella me había castrado totalmente y eso me hacía temer. Colmaba mi paciencia. Me enfurecía”). “Lo peor” podría fácilmente condensar todos los elementos presentes en la integridad del libro, (dolor, odio y marginalidad) manejando el protagonista, en algunas partes del discurso textual, un discurso beckettiano (“Ser feo no es lo peor. Lo peor es estar vivo. Todos los días de mi vida me lo he pasado estrangulando la ignorancia de los demás con palabras de explicación pero mucha, mucha indiferencia”). Luego, más adelante, dice: “Desgraciado otra vez y sin decir nada, cual despojo humano entre animal y cosa impronunciable me alejo del grupo de zorras que se agolpan en la esquina para hablar de sus guapísimos enamorados”; como se podrá observar el autor nos presenta claros y rotundos visos kafkianos. “Lo peor” es, pues, la narración en primera persona de un jovencito poco agraciado, a quien todas las chicas y los chicos de su barrio marginan, burlándose cruelmente de su fealdad. Solo tiene a una pequeña “amiga”, Nathaly, de ocho años de edad, quien le saluda sin hipocresía cuando lo ve por la calle y hasta a veces le hace obsequios, como invitarle una manzana. Se trata del grito desesperado de un relegado social y donde quizá se sientan identificados todos los excluidos, aunque dicha marginación está conllevada por elementos nunca tan alejados de los verdaderos parámetros estéticos, elementos seguramente incubados en el intelecto obtuso de adolescentes inmaduros, como los que habitan el cuento. “Existe belleza en lo extremadamente bello y en lo extremadamente feo”, decía Víctor Humareda. Las líneas finales son aterradoras, y han sido germinadas en la atormentada conciencia del protagonista. La siguiente historia, “Relato cursi”, vendría a ser algo así como la satisfacción del fetichismo, el placer hallado en lo breve o lo efímero. Viene influenciado, creo yo, por las tendencias modernas (sobre todo en los jóvenes) donde impera la rapidez, las relaciones amorosas ligeras o light. Pero hay más. El protagonista es un joven obsesivo que anhela tan solo darle un beso a su amor platónico pero, eso sí, sin caer en el enamoramiento, aunque en el fondo desearía llegar más lejos. Mención aparte merece Pequeño cuento sobre un suicida, donde el autor hace una comparación entre la forma correcta de suicidarse (indicada por un hombre de aspecto gótico en un video de YouTube) y -en contraste- la manera como lo haría “nuestro suicida idiota”, que vendría a ser la más sencilla y simple, sin ningún tipo de originalidad y ningún afán de perennización post mortem. Siempre he pensado en aquellas inmolaciones engalanadas con riquísimos criterios estéticos (desde la ropa que se va a usar por última vez hasta el tipo de muerte escogida) como algo más que un mero suicidio puesto que al fundar “nuevas estéticas del acto mortuorio” (como dice el autor) el suicida estaría prolongando su actividad creadora, aunque esta concepción sería válida sobre todo para el artista que decide optar por ese camino. De este modo, el novelista o pintor “crea”, pues la sociedad, a pesar de que ha sufrido su pérdida, observará que él manifiesta una regresión a su anterior esencia, a su arte; se trata, pues, de un cuento precioso donde vida y muerte se entremezclan en un atractivo juego lúdico. “Siempre” es, quizá, la historia más sencilla del cuentario, y está manejada con la solvencia de Raymond Carver o de Grace Paley, aunque cabría señalar que rehúye a lo manoseado o trillado, pues contiene al menos un elemento interesante que la singulariza. Argumento: Mariela es una escolar bella y arrogante que mantiene una tormentosa relación con César, pues casi siempre discuten y ella lo termina. Sin embargo, a pesar de todos los problemas, la pareja vuelve a juntarse. En esta oportunidad se narra lo sucedido luego del rompimiento definitivo, la insistencia de César para reanudar el noviazgo y como cierto día Mariela inicia nuevos amoríos con “la sombra”. Quizá el autor ponga en relieve los fantasmas interiores de su personaje, pues “la sombra” simboliza la derrota, los miedos y los temores más profundos del protagonista, que viene a ser el claro prototipo del joven con baja autoestima, sumiso y torpe, mientras que su rival saca a relucir una personalidad ambigua y socarrona, hondamente determinada por lo práctico y lo superfluo, desdeñando los más profundos sentimientos. Es, pues, todo lo contrario de César, que ya se ha enamorado perdidamente. En conclusión, “Siempre” es un cuento logrado, lleno de amargura y decepción.

El autor nos ha entregado un libro de cuentos fresco, sin demasiados afanes estilísticos aunque, eso sí, aderezados con ribetes poéticos; es más, luego de una segunda lectura el libro resulta más fascinante, y se nos abren caminos que en una primera revisión no se hallaban presentes, sumergiéndonos en esos mundos de pesadilla constituidos por los universos particulares de cada personaje; y es que tan brutal ha sido el golpe de esta gran mole llamada sociedad que hasta en sus escasos momentos de placer o satisfacción estos seres disconformes se sienten como amordazados, hastiados de todo. Definitivamente, “Nada del otro mundo” es un acierto dentro de las más recientes publicaciones aparecidas recientemente en las letras peruanas.

Ate, 18 de julio 2013



Algunos poemas del poemario "Detrás de las ventanas" (Toro de trapo, 2011)




Los oscuros veleros retornaron al cielo y a ti te abandonaron

Él dejó sus huellas
enterradas en el fango, sintió sus manos vacías
y rumores sin retorno bajo el amanecer insolente de las quenas.
Dejó su cuerpo erguido como estatua,
su pecho carcomido por la lluvia,
su boca arrebatando el eslabón de los zafiros
y una cruz indeleble
que lo envolvió en el silencio esquivo
de flores arrastradas al barranco.
Sólo el océano mora por su indeleble pañuelo de sangre.
La espuma enrojecida entre sus devastados pómulos
que nos recuerda al cielo de un ojo distante,
las olas que centellean estruendos febriles,
la platinada luz encorvada
en su estómago que roza las piedras mientras ondula y se somete
como queriendo dislocar el paisaje violento,
labios vencidos en la desconsolada faz de la arena,
párpados
que ya no recorrerán este desierto
iluminado de escombros y piel abandonada.

El otoño sigue su estruendo interminable
Parques sin testigos, sueños sumergidos en el barro,
los niños comen pasto y extravío, suenan relojes en sus vientres,
la oquedad que destrona ventanas incendiadas,
luminosas rejas de lo eterno.
Atardece y llega a ti
un doloroso contorno como lágrima esquiva y oculta.
Es el sol humeante y las hojas pudriendo los nombres;
las escuetas canciones que han asesinado a las palomas.
Los niños han enterrado sus pálidos corazones
en un jardín de espinos.
Se miran a los ojos
expían sus flagelados rostros,
en sus manos
solo quedan los tácitos recuerdos de haber vencido a las palomas
pero nunca, nunca,
haber podido volar como ellas.



Un muchacho antes del invierno

En la búsqueda infinita se pierde la nostalgia,
el desprecio hacia aquella piedra que ha invadido nuestra ausencia
bajo la plegaria que amanece sobre una extensa sábana insufrible.
Pocas cosas han quedado impunes a la mirada funesta de los cuervos.
Fluye el tiempo ahogándose en el lago púrpura de inconcretas voces
acariciando la perversa herida bajo el llanto.
Despoblados rostros han acabado su otoño
sobre un par de labios adormecidos de arpegios
que a veces solo provocan la violencia de las nubes
bajo una pestaña aletargada por la incógnita ceniza
que ha construido las distancias.
Entre los pinos
ya nadie rinde culto
a una lágrima que ha perdido
su corona.



Un lugar imposible

Tan lejos los hombres duelen su
última palabra
que ahora me es imposible regresar a esta ausencia
que desvanece las bocas;
el impenetrable muro de la sangre
negada en el silencio.
Ya no habrá dos sombras
desvistiéndose aprisa,
ya no habrá más polvo
que nos haga retornar a la bestia.
El camino hacia esta horrenda oscuridad
habrá penetrado las miradas.
No importará ya
           que la máscara
                       se haga memoria en mi rostro.

Detrás de las ventanas - Paolo Astorga (Toro de trapo 2011)

miércoles, 29 de diciembre de 2010

De Lima a Chosica - Paolo Astorga


Paolo Astorga

De Lima a Chosica
(Ediciones Letra en llamas, 2010)
Para descargar un ejemplar en pdf



De Lima a Chosica






I




Una boca entreabierta despierta entre cartones, arremete su dulzura de presa suntuosa y el ardor de un cuerpo fuga de sus manos como un amanecer sin dolor ni nostalgia. Es así. La mañana ruge y la masa exige que corramos como peces vibrantes por puertos sin sueños, bocas ardiendo, mujeres en llamas sin océanos, cardúmenes de barro y lluvia. En los ojos comimos soledad de estrellas estigmatizadas por el fino fetiche del recuerdo absorto. Mirar por el agujero de una falda destrozada por ruidos de fierros retorciéndose en nuestros dedos sudorosos. Es así. Cadáveres en ascenso, niños sin espalda, cráneos y cuerpos grises estornudando alacranes. Los reyes más rojos pintando sorderas en el desierto de una pelvis corregida en luz. Es el espejo de carne dulce, el umbral de una alucinación que escapa de la carretera enmohecida de presagios, de ruegos, de locura furiosa como un tren a punto de explotar en los estómagos. La plaza, los puentes, abrir el cuerpo de murciélago, abrir el reloj puro de tu ombligo desahuciado por la filosofía de la cruz, otra vez a cuestas de puñales en selva, otra vez pasaje sin retorno al mundo del Minotauro, otra vez nombre de espasmo tutelar, manía de coleóptero silencioso, hastío, deformación nácar, pintura de otoño atropellada por automóviles eunucos. El sexo de la mariposa amarilla que nunca se salva del retroceso, de oler el aparatoso amanecer y esperar a diario el congelado espíritu de los elegidos, su revolución infértil de voces lascivas. Este es el sueño. Aproximación digital al burro de corazón eléctrico, al hombre falso de buenos sentimientos.



II



Aquí en Lima, yucas fritas, arroz chaufa de mil sabores, aquí en Lima, Lolita y Humbert Humbert, ósculo de cíclope plateado, parásito de lluvia y soledad, balazo, bolero, balada, rock pesado, aquí en Lima, intervención de ponientes, el que atraca su mandíbula al cielo espejado de nubes hermafroditas, el que atraca su boca en mil túneles de horizontes aún muertos, Lima, otra vez Lima, cumbia y sol, vértigo de uno más en un millón, oscuridad y alondras bombardeadas de indecencia, ética para el caballo, ética para los monarcas del tórrido acantilado que nos hierve en la sangre, un puente obtuso, una mujer rebanada de caricias, recién bañada, con el mejor vestido a cuestas, una mujer caminando, y yo en un sueño de cangrejo milenario, osamenta de bicho raro, osamenta de lobo estepario, claustrofobia, ademán de ahogado, el mundo es de cristal, en mi cabeza suprarrenal comemos un corazón abandonado en el terruño, mil vagones, mil asientos, una puerta de barro y saliva, los barcos ya se alejan como unas piernas secretas. Escribo algo que mejor será tragármelo en seco, tocar tiburones en mi sien mientras seguimos persiguiendo el cadáver de un mono, mientras seguimos aquí entre guiños de mujer tiesa, entre ceniza convertida en penetración, entre canguros sin esquina, entre mil luciérnagas esputando su libertad, conmutación de lo transparente disfrutando su dolor, el dolor de caminar y sonreír a la muchacha más fantástica, a la mandrágora de manos calcinadas, letras en llamas cogiendo paredes ocultas de ninfas intoxicadas, palabras de ternura que el niño de camisa blanca aglutinará en su bolsillo de escalera infinita, y apenas con la verdad, y apenas, con la inmunda verdad, los zapatos sucios, la forma del silencio entre los matorrales, bullicio, un hueco, un policía tránsfuga iluminando su herida putrefacta, inventando la ley en su vientre velludo, como una danza sincrética, un transformer de zampoñas castigadas por el corazón elemental de un arlequín traidor, estado de gracia que va hacia el mismo albor de los mutismos, hacia el engendro vacío de las frases más lindas que ahora devastan el tiempo que degüella el escenario de los locos que fingen tener hambre para así colocar sus almas en las vitrinas del limbo.





III




Aquí entre tropas de búhos, árboles quemados por la indiferencia que imprime el amor húmedo en abandono, es el campo azul, la ribera que encanta labios rojísimos como retratos sin carne en desvanescencia. Nuestro dolor otra vez enfrentándonos al pecado de nuestra vaguedad, locura en signo, camaleón andrógino que pisa cantutas de presagios en el desplome de las últimas catedrales de sal en ningún lugar. Mas el riel arde como mujer pueril, arde como caricia de vino tinto y muslo desnudo. Arde como eje del caos en la prohibida sombra colmada de fugaces estrellas contaminadas. Nadie nos lee, abre ya la música de tus pechos etéreos, las chacras, vana estrategia de la ausencia, mala señal de huarangos preñados de horizonte sin anhelos nocturnos. Es Lima señores. Perro que ladra como un tatuaje en el lomo de la bestia. Es mi ansia de paquidermo, mi libelo carnudo, mi ojo que exorciza la ciudad. Soy una serpiente que coloca su mirada en la viciada forma de los edificios. Aquí en Lima, puerta sudorosa, música en combi desgarrada por la inclemencia que quiebra las manos iluminadas de una niña jugando a la pelota. Aquí en la ciudad, los dos somos un enjambre de bichos raros tratando de saber qué es tener vergüenza, y sin embargo, un famélico recuerdo sigue siendo la ceniza en nuestros párpados cansados de tanto silencio que pregona la nostalgia de lo deseado sobre cerros encharcados de miseria en la plenitud que crece tartamuda sobre los jardines donde el olvido explosiona su sedante y existimos una y otra vez.




IV




Crepúsculo, Mirlo, tentáculo de fuego que espera tu pupila desgarrada por el sinuoso papel vencido. Quién vendrá a congelar la carretera que compone el universo como un cuchillo que cuelga titulares salvajes en cada kilómetro mientras avanza el discado de la rebelión, la música fingida de asientos vacíos. Un muro de contingencia, un puente de metal que esconde los pecados que la ciudad trata de incinerar con la basura acumulada en las cabezas de bellas muchachitas encendiendo los escarabajos de la noche hasta ensuciar su cuerpo con el mismo líquido dorado y espumoso de la soledad que comienza al pagar el pasaje, al sentarse, al escupir sobre el tiempo que se va sin volvernos a vestir. Deja ya tu máscara. En tres horas mil fantasmas pétreos, un loco redundando en su catarsis, un millonario ebrio, una señorona comiendo el último helado de fresa de su vida. Yo vagando por tu ombligo ubicuo, y nada tierna es la aventura; objetos magnéticos que colecciona mi corazón-cemento. La ventana se cierra. Es nuevo el andrajo de una muñeca de trapo. Es nuevo el río que desangra gritos anónimos. Es nueva la carretera de cítaras turquesa. No solo basta con pensar para encender una hoguera eterna sobre el cielo graso. No basta con convertirse en un gorrión de alquitrán en medio de algún paradero, para que los niños dejen su inocencia en las paredes de los baños. Ven conmigo, mi piel es homenaje incógnito del polvo, mi córnea un insulto de guitarras llorando, montaña rusa, mágnum otra vez como un comercial, propaganda de huesos usados, la débil confrontación de los dos cielos aún sin sentir.





V



He clavado mi maniquí-fetiche-Beatriz sobre la cruz más violenta y aún no soy un redimido. Quién nos puede aprehender si nos vamos carcomiendo a pedazos. No tengo emblemas, no hay nada sobre la carretera acostumbrada al secuestro y a la desesperación. La verdad estalla como un transeúnte enterado de la brevedad de los días. La tragedia sigue su paso como un perfume apasionante. Ya no hay efecto. Alguna vez pensé todo el universo, pero ahora me arrastro cogiendo sus escombros entre la indiferencia devorando la evocación de los días y la intimidad de los árboles intentando un grito al unísono aún impúber, aún indescifrable. No somos nada, pero vamos a destruir la ciudad muy pronto y a reivindicar el señorío de un delirante rey ornitorrinco, vamos a plantar cemento sobre la infidelidad de las nucas, vamos a proclamar la victoria de los que murieron en la inseguridad de estar siempre sobre la lucidez y el remolino de cabezas cercenadas por el pasar sonriendo a mil espejos infames, pasar invicto y sin rasguño nuestro espíritu hacia la otra orilla, comer bastante, tenerlo todo y hacer del amor, una palabra que despierta el coraje, la cólera, la náusea de panteones vacíos. Ven conmigo oh imagen fronteriza de colores humanos, asfixiante ciénaga de parábolas verdes, de cantares rabiosos que se han extinguido entre retazos de mil estudiantes licuando sus cerebros sobre la fortuita desnudez de la luna purpúrea. Viene la tarde, osadía de pasos arrastrando un cadáver sin cabeza. He hundido sobre está tierra pusilánime mi cetro de arcilla. Nadie me vio nacer, excepto la lluvia que constata una y otra vez el odio que se siente al pregonar a todo el mundo que uno escribe y no muere aún.




VI




Viene la tarde como la luz que ya ha cobrado su cuota de ignorancia, como la sombra inesperada que recorta periódicos violentos y los guarda en su vientre para luego ir a su casa a dar de lactar a sus hijos.

Nadie me cree.




VII



Somos presas del hartazgo. Solo un cuerpo, solo una amarilla honestidad, un traje blanco de efebos caracoles arrastrando pólvora de cinturas en movimiento hacia el pedregal de voces que ya no son las mismas después de la ideología. Todos dicen que la última flama yace sobre el cielo, que la vida vale más que las palabras pronunciadas sobre el espanto de dormir con la niebla desangrando el alma. Escuchen al sol y vayan todos a ahogarse en ese río que deforma la divinidad de las rosas asqueadas del amor alimentado de polillas y petróleo de cristal sin bisagra tierna. No tengo una canción verde, no hay máscaras plagiadas, no tengo escritura en la polvareda del caos. Todos dicen que la realidad es un vestido marrón humedecido por el turbulento vaivén de brazos ambiguos. Sin embargo detrás de las paredes derruidas por el tiempo, se atraviesa a veces inoportuno, algún reino de ternura aún sin profanar.




VIII





Edificios de incomunicación existencial, intentos de volver de la súbita muerte, al palco estelar de una sonrisa antigua que ahora nos atormenta como un curtido de espaldas heridas por la majestuosidad de la desidia. Ya no hay signos de una boca contra el mundo. El buitre espera que mi corazón se petrifique para desgarrar mi alma y amanecer sin más misterio que una palabra vencida por el sol y su oquedad. En un hotel de mala muerte escribo que soy más humano, que mi oscuridad es mil veces la oscuridad del temor mismo en el vientre matinal de los no nacidos. Entre los cerros un dios que no despierta nunca, entre los cerros como un ajuar de jade, mi corazón errante. En este cielo que empapa las gargantas de mentiras y procreación, me he decidido ser frágil neblina, nirvana de toques sin precio, una boca maldecida por la muchedumbre que carga sus bultos de felicidad comprados con esperma. ¿Dónde está el universo, dónde está la madre de todas las madres, cansada de preñarse de inútiles coronas doradas?



IX





¿Dónde está mi amigo César comiendo su miseria de Ítaca desparramada en la carretera celeste de abrazos con metida de pata? Es más fácil sentirse héroe en un mundo dañado como éste. Solo tengo la imagen de este micro que comienza a surgir como espuma de límites y furias, vacío otra vez entre el escape y la tortura.

Estamos ya en el país de Alicia.



X



Di tu palabra y abre despacio las piernas. Pasa de nuevo por la insania de la mítica sonoridad del puente hacia Chosica que excita a los ateos, que pone en celo a las mujeres hasta diluir sus frustraciones en una caja roja que ya nadie va a llorar sobre espinas, sobre retratos de mundos felices. Ya nadie aparece con su nitidez a darnos su lenguaje. Esperamos la adoración, el festival de cadenas arrastrando vértebras de vidrio estremeciendo la inhóspita realidad que nos avienta a ser siluetas culpables de hacer charcos de melancolía sobre la ilusión de semáforos azules. Aquí entre cajones de glúteos en alcobas oscuras, un pantanoso humor que presiente el espasmo de la carne que comulga con el futuro crepúsculo abatido por la lechosa esperanza de encontrar un paralelo sobre la ramificación de nuestras almas que pululan desnudas la ciudad de matronas secas colgando carteles en sus pechos y fingiendo hacer de su propia ceniza un templo solemne a la belleza retorcida en el espejo-acordeón; la soledad de su infinita ceniza robada que se hará extraña como el sol cuando resbalen estrepitosamente hacia el infierno del mundo que nunca dejará de aplaudir su propio llanto.




XI




Recóndito en tu locura destellante, absoluto de prodigios entre voluminosas sombras que oscurecen tu majestad de epitafios soberbios, arcanas oraciones enhebradas con rabia, el que corre, el que se estrella contra la pared esperando la catarsis, pluscuamperfecta certidumbre del ignorante tras cascajos ardientes que el sol engendra en la piel, en el transplante de la soledad que amalgama susurros inocentes hasta pudrir la herida de la noche. Qué nos queda sino escapar, qué nos espera sino inflar nuestros cráneos con la espesa neblina de todo lo creado y seguir colmándonos con los humores del crepúsculo que se entrega como doncella a media noche, entre vientres de piedra, entre estatuas como trofeos, entre niños ebrios de calles unineuronales, entre fornicaciones de espejos lúbricos copulando en el horizonte un fuego que abandona su belleza al alejarse del cuerpo que ahora vende su cuerpo para pagar el alquiler de su habitación promiscua de vestigios, sin indulto de ruegos ni caricias. Qué nos espera si el abandono te hace sonreír, qué nos queda sino la profunda incoherencia que permite el soñar mientras se sacrifican los bolsillos en la nostalgia de tardes iracundas fingiendo una esperanza de cielo derrotado.




XII



Ya no hay ruegos en las catedrales de sal. Los niños han dejado su lugar a la muerte exhausta de correr desnuda tras ellos. Nunca actué solo en este suicidio colectivo. Ningún falso andamiaje, ninguna traición de infierno entre laureles de carne, ojos coleccionando su insatisfacción sobre los acéfalos que cumplen su verdad incendiando a otros como antorchas en la oscuridad absoluta.

Escapemos.

Mientras nadie nos crea
me perseguirá aún impenetrable
tu pureza.

El hermoso búho que ya no nos seduce
será la visión del campo y de los trenes prohibidos
cuando se congelen todos los amaneceres
y ya no sea sangre lo que brota de mis manos,
sino una luz hambrienta
por pensarte en silencio.






XIII



Árbol roto, multitud que aplaude, escena de un beso fortuito sobre el ametrallar de los cipreses, una muchacha no hace un universo intacto, un perro no es signo de victoria, los días continúan, mis palabras sudan y comen polvo, no conozco a nadie y nadie me conoce, pero le encuentro un extraño placer el caminar herido por las calles mostrando mis llagas a flor de piel y no hablar de mí, sino del Dios-Nada que me persigue entre sueños de un hogar apurando su deformación, entre sarna y lluvia incandescente.

Soy uno más sobre la gran marsupia que desaparece las memorias
y aún quiero escribir sobre lo que me aleja del éxito.

Soy una isla desierta nada más.

Cuando mi presa se acerque
todo esto habrá acabado
para siempre.




XIV




Este es el canto de júbilo ensayando tu regreso. Esta es la ausencia que cae, se desploma, regresa, sangra, suda, copula, invierte, sacude, colecciona, corta, sutura y nunca pierde su torbellino ignoto, y no para nunca su presagio de río violentado, su susurro de una nueva resurrección, su testimonio de mil bombas y mil desvelos. Aquí en Chosica, solo soy uno más a escondidas, cerrando la boca, colocando mi luz en alguna acequia antigua. Aquí en Chosica solo me queda el ultimátum de volver al tiempo sin retorno y amanecer de nuevo entre árboles ausentes.











Quien grite primero
dará fe de su existencia
y dejará de sangrar
por la boca del otro