miércoles, 29 de diciembre de 2010

De Lima a Chosica - Paolo Astorga


Paolo Astorga

De Lima a Chosica
(Ediciones Letra en llamas, 2010)
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De Lima a Chosica






I




Una boca entreabierta despierta entre cartones, arremete su dulzura de presa suntuosa y el ardor de un cuerpo fuga de sus manos como un amanecer sin dolor ni nostalgia. Es así. La mañana ruge y la masa exige que corramos como peces vibrantes por puertos sin sueños, bocas ardiendo, mujeres en llamas sin océanos, cardúmenes de barro y lluvia. En los ojos comimos soledad de estrellas estigmatizadas por el fino fetiche del recuerdo absorto. Mirar por el agujero de una falda destrozada por ruidos de fierros retorciéndose en nuestros dedos sudorosos. Es así. Cadáveres en ascenso, niños sin espalda, cráneos y cuerpos grises estornudando alacranes. Los reyes más rojos pintando sorderas en el desierto de una pelvis corregida en luz. Es el espejo de carne dulce, el umbral de una alucinación que escapa de la carretera enmohecida de presagios, de ruegos, de locura furiosa como un tren a punto de explotar en los estómagos. La plaza, los puentes, abrir el cuerpo de murciélago, abrir el reloj puro de tu ombligo desahuciado por la filosofía de la cruz, otra vez a cuestas de puñales en selva, otra vez pasaje sin retorno al mundo del Minotauro, otra vez nombre de espasmo tutelar, manía de coleóptero silencioso, hastío, deformación nácar, pintura de otoño atropellada por automóviles eunucos. El sexo de la mariposa amarilla que nunca se salva del retroceso, de oler el aparatoso amanecer y esperar a diario el congelado espíritu de los elegidos, su revolución infértil de voces lascivas. Este es el sueño. Aproximación digital al burro de corazón eléctrico, al hombre falso de buenos sentimientos.



II



Aquí en Lima, yucas fritas, arroz chaufa de mil sabores, aquí en Lima, Lolita y Humbert Humbert, ósculo de cíclope plateado, parásito de lluvia y soledad, balazo, bolero, balada, rock pesado, aquí en Lima, intervención de ponientes, el que atraca su mandíbula al cielo espejado de nubes hermafroditas, el que atraca su boca en mil túneles de horizontes aún muertos, Lima, otra vez Lima, cumbia y sol, vértigo de uno más en un millón, oscuridad y alondras bombardeadas de indecencia, ética para el caballo, ética para los monarcas del tórrido acantilado que nos hierve en la sangre, un puente obtuso, una mujer rebanada de caricias, recién bañada, con el mejor vestido a cuestas, una mujer caminando, y yo en un sueño de cangrejo milenario, osamenta de bicho raro, osamenta de lobo estepario, claustrofobia, ademán de ahogado, el mundo es de cristal, en mi cabeza suprarrenal comemos un corazón abandonado en el terruño, mil vagones, mil asientos, una puerta de barro y saliva, los barcos ya se alejan como unas piernas secretas. Escribo algo que mejor será tragármelo en seco, tocar tiburones en mi sien mientras seguimos persiguiendo el cadáver de un mono, mientras seguimos aquí entre guiños de mujer tiesa, entre ceniza convertida en penetración, entre canguros sin esquina, entre mil luciérnagas esputando su libertad, conmutación de lo transparente disfrutando su dolor, el dolor de caminar y sonreír a la muchacha más fantástica, a la mandrágora de manos calcinadas, letras en llamas cogiendo paredes ocultas de ninfas intoxicadas, palabras de ternura que el niño de camisa blanca aglutinará en su bolsillo de escalera infinita, y apenas con la verdad, y apenas, con la inmunda verdad, los zapatos sucios, la forma del silencio entre los matorrales, bullicio, un hueco, un policía tránsfuga iluminando su herida putrefacta, inventando la ley en su vientre velludo, como una danza sincrética, un transformer de zampoñas castigadas por el corazón elemental de un arlequín traidor, estado de gracia que va hacia el mismo albor de los mutismos, hacia el engendro vacío de las frases más lindas que ahora devastan el tiempo que degüella el escenario de los locos que fingen tener hambre para así colocar sus almas en las vitrinas del limbo.





III




Aquí entre tropas de búhos, árboles quemados por la indiferencia que imprime el amor húmedo en abandono, es el campo azul, la ribera que encanta labios rojísimos como retratos sin carne en desvanescencia. Nuestro dolor otra vez enfrentándonos al pecado de nuestra vaguedad, locura en signo, camaleón andrógino que pisa cantutas de presagios en el desplome de las últimas catedrales de sal en ningún lugar. Mas el riel arde como mujer pueril, arde como caricia de vino tinto y muslo desnudo. Arde como eje del caos en la prohibida sombra colmada de fugaces estrellas contaminadas. Nadie nos lee, abre ya la música de tus pechos etéreos, las chacras, vana estrategia de la ausencia, mala señal de huarangos preñados de horizonte sin anhelos nocturnos. Es Lima señores. Perro que ladra como un tatuaje en el lomo de la bestia. Es mi ansia de paquidermo, mi libelo carnudo, mi ojo que exorciza la ciudad. Soy una serpiente que coloca su mirada en la viciada forma de los edificios. Aquí en Lima, puerta sudorosa, música en combi desgarrada por la inclemencia que quiebra las manos iluminadas de una niña jugando a la pelota. Aquí en la ciudad, los dos somos un enjambre de bichos raros tratando de saber qué es tener vergüenza, y sin embargo, un famélico recuerdo sigue siendo la ceniza en nuestros párpados cansados de tanto silencio que pregona la nostalgia de lo deseado sobre cerros encharcados de miseria en la plenitud que crece tartamuda sobre los jardines donde el olvido explosiona su sedante y existimos una y otra vez.




IV




Crepúsculo, Mirlo, tentáculo de fuego que espera tu pupila desgarrada por el sinuoso papel vencido. Quién vendrá a congelar la carretera que compone el universo como un cuchillo que cuelga titulares salvajes en cada kilómetro mientras avanza el discado de la rebelión, la música fingida de asientos vacíos. Un muro de contingencia, un puente de metal que esconde los pecados que la ciudad trata de incinerar con la basura acumulada en las cabezas de bellas muchachitas encendiendo los escarabajos de la noche hasta ensuciar su cuerpo con el mismo líquido dorado y espumoso de la soledad que comienza al pagar el pasaje, al sentarse, al escupir sobre el tiempo que se va sin volvernos a vestir. Deja ya tu máscara. En tres horas mil fantasmas pétreos, un loco redundando en su catarsis, un millonario ebrio, una señorona comiendo el último helado de fresa de su vida. Yo vagando por tu ombligo ubicuo, y nada tierna es la aventura; objetos magnéticos que colecciona mi corazón-cemento. La ventana se cierra. Es nuevo el andrajo de una muñeca de trapo. Es nuevo el río que desangra gritos anónimos. Es nueva la carretera de cítaras turquesa. No solo basta con pensar para encender una hoguera eterna sobre el cielo graso. No basta con convertirse en un gorrión de alquitrán en medio de algún paradero, para que los niños dejen su inocencia en las paredes de los baños. Ven conmigo, mi piel es homenaje incógnito del polvo, mi córnea un insulto de guitarras llorando, montaña rusa, mágnum otra vez como un comercial, propaganda de huesos usados, la débil confrontación de los dos cielos aún sin sentir.





V



He clavado mi maniquí-fetiche-Beatriz sobre la cruz más violenta y aún no soy un redimido. Quién nos puede aprehender si nos vamos carcomiendo a pedazos. No tengo emblemas, no hay nada sobre la carretera acostumbrada al secuestro y a la desesperación. La verdad estalla como un transeúnte enterado de la brevedad de los días. La tragedia sigue su paso como un perfume apasionante. Ya no hay efecto. Alguna vez pensé todo el universo, pero ahora me arrastro cogiendo sus escombros entre la indiferencia devorando la evocación de los días y la intimidad de los árboles intentando un grito al unísono aún impúber, aún indescifrable. No somos nada, pero vamos a destruir la ciudad muy pronto y a reivindicar el señorío de un delirante rey ornitorrinco, vamos a plantar cemento sobre la infidelidad de las nucas, vamos a proclamar la victoria de los que murieron en la inseguridad de estar siempre sobre la lucidez y el remolino de cabezas cercenadas por el pasar sonriendo a mil espejos infames, pasar invicto y sin rasguño nuestro espíritu hacia la otra orilla, comer bastante, tenerlo todo y hacer del amor, una palabra que despierta el coraje, la cólera, la náusea de panteones vacíos. Ven conmigo oh imagen fronteriza de colores humanos, asfixiante ciénaga de parábolas verdes, de cantares rabiosos que se han extinguido entre retazos de mil estudiantes licuando sus cerebros sobre la fortuita desnudez de la luna purpúrea. Viene la tarde, osadía de pasos arrastrando un cadáver sin cabeza. He hundido sobre está tierra pusilánime mi cetro de arcilla. Nadie me vio nacer, excepto la lluvia que constata una y otra vez el odio que se siente al pregonar a todo el mundo que uno escribe y no muere aún.




VI




Viene la tarde como la luz que ya ha cobrado su cuota de ignorancia, como la sombra inesperada que recorta periódicos violentos y los guarda en su vientre para luego ir a su casa a dar de lactar a sus hijos.

Nadie me cree.




VII



Somos presas del hartazgo. Solo un cuerpo, solo una amarilla honestidad, un traje blanco de efebos caracoles arrastrando pólvora de cinturas en movimiento hacia el pedregal de voces que ya no son las mismas después de la ideología. Todos dicen que la última flama yace sobre el cielo, que la vida vale más que las palabras pronunciadas sobre el espanto de dormir con la niebla desangrando el alma. Escuchen al sol y vayan todos a ahogarse en ese río que deforma la divinidad de las rosas asqueadas del amor alimentado de polillas y petróleo de cristal sin bisagra tierna. No tengo una canción verde, no hay máscaras plagiadas, no tengo escritura en la polvareda del caos. Todos dicen que la realidad es un vestido marrón humedecido por el turbulento vaivén de brazos ambiguos. Sin embargo detrás de las paredes derruidas por el tiempo, se atraviesa a veces inoportuno, algún reino de ternura aún sin profanar.




VIII





Edificios de incomunicación existencial, intentos de volver de la súbita muerte, al palco estelar de una sonrisa antigua que ahora nos atormenta como un curtido de espaldas heridas por la majestuosidad de la desidia. Ya no hay signos de una boca contra el mundo. El buitre espera que mi corazón se petrifique para desgarrar mi alma y amanecer sin más misterio que una palabra vencida por el sol y su oquedad. En un hotel de mala muerte escribo que soy más humano, que mi oscuridad es mil veces la oscuridad del temor mismo en el vientre matinal de los no nacidos. Entre los cerros un dios que no despierta nunca, entre los cerros como un ajuar de jade, mi corazón errante. En este cielo que empapa las gargantas de mentiras y procreación, me he decidido ser frágil neblina, nirvana de toques sin precio, una boca maldecida por la muchedumbre que carga sus bultos de felicidad comprados con esperma. ¿Dónde está el universo, dónde está la madre de todas las madres, cansada de preñarse de inútiles coronas doradas?



IX





¿Dónde está mi amigo César comiendo su miseria de Ítaca desparramada en la carretera celeste de abrazos con metida de pata? Es más fácil sentirse héroe en un mundo dañado como éste. Solo tengo la imagen de este micro que comienza a surgir como espuma de límites y furias, vacío otra vez entre el escape y la tortura.

Estamos ya en el país de Alicia.



X



Di tu palabra y abre despacio las piernas. Pasa de nuevo por la insania de la mítica sonoridad del puente hacia Chosica que excita a los ateos, que pone en celo a las mujeres hasta diluir sus frustraciones en una caja roja que ya nadie va a llorar sobre espinas, sobre retratos de mundos felices. Ya nadie aparece con su nitidez a darnos su lenguaje. Esperamos la adoración, el festival de cadenas arrastrando vértebras de vidrio estremeciendo la inhóspita realidad que nos avienta a ser siluetas culpables de hacer charcos de melancolía sobre la ilusión de semáforos azules. Aquí entre cajones de glúteos en alcobas oscuras, un pantanoso humor que presiente el espasmo de la carne que comulga con el futuro crepúsculo abatido por la lechosa esperanza de encontrar un paralelo sobre la ramificación de nuestras almas que pululan desnudas la ciudad de matronas secas colgando carteles en sus pechos y fingiendo hacer de su propia ceniza un templo solemne a la belleza retorcida en el espejo-acordeón; la soledad de su infinita ceniza robada que se hará extraña como el sol cuando resbalen estrepitosamente hacia el infierno del mundo que nunca dejará de aplaudir su propio llanto.




XI




Recóndito en tu locura destellante, absoluto de prodigios entre voluminosas sombras que oscurecen tu majestad de epitafios soberbios, arcanas oraciones enhebradas con rabia, el que corre, el que se estrella contra la pared esperando la catarsis, pluscuamperfecta certidumbre del ignorante tras cascajos ardientes que el sol engendra en la piel, en el transplante de la soledad que amalgama susurros inocentes hasta pudrir la herida de la noche. Qué nos queda sino escapar, qué nos espera sino inflar nuestros cráneos con la espesa neblina de todo lo creado y seguir colmándonos con los humores del crepúsculo que se entrega como doncella a media noche, entre vientres de piedra, entre estatuas como trofeos, entre niños ebrios de calles unineuronales, entre fornicaciones de espejos lúbricos copulando en el horizonte un fuego que abandona su belleza al alejarse del cuerpo que ahora vende su cuerpo para pagar el alquiler de su habitación promiscua de vestigios, sin indulto de ruegos ni caricias. Qué nos espera si el abandono te hace sonreír, qué nos queda sino la profunda incoherencia que permite el soñar mientras se sacrifican los bolsillos en la nostalgia de tardes iracundas fingiendo una esperanza de cielo derrotado.




XII



Ya no hay ruegos en las catedrales de sal. Los niños han dejado su lugar a la muerte exhausta de correr desnuda tras ellos. Nunca actué solo en este suicidio colectivo. Ningún falso andamiaje, ninguna traición de infierno entre laureles de carne, ojos coleccionando su insatisfacción sobre los acéfalos que cumplen su verdad incendiando a otros como antorchas en la oscuridad absoluta.

Escapemos.

Mientras nadie nos crea
me perseguirá aún impenetrable
tu pureza.

El hermoso búho que ya no nos seduce
será la visión del campo y de los trenes prohibidos
cuando se congelen todos los amaneceres
y ya no sea sangre lo que brota de mis manos,
sino una luz hambrienta
por pensarte en silencio.






XIII



Árbol roto, multitud que aplaude, escena de un beso fortuito sobre el ametrallar de los cipreses, una muchacha no hace un universo intacto, un perro no es signo de victoria, los días continúan, mis palabras sudan y comen polvo, no conozco a nadie y nadie me conoce, pero le encuentro un extraño placer el caminar herido por las calles mostrando mis llagas a flor de piel y no hablar de mí, sino del Dios-Nada que me persigue entre sueños de un hogar apurando su deformación, entre sarna y lluvia incandescente.

Soy uno más sobre la gran marsupia que desaparece las memorias
y aún quiero escribir sobre lo que me aleja del éxito.

Soy una isla desierta nada más.

Cuando mi presa se acerque
todo esto habrá acabado
para siempre.




XIV




Este es el canto de júbilo ensayando tu regreso. Esta es la ausencia que cae, se desploma, regresa, sangra, suda, copula, invierte, sacude, colecciona, corta, sutura y nunca pierde su torbellino ignoto, y no para nunca su presagio de río violentado, su susurro de una nueva resurrección, su testimonio de mil bombas y mil desvelos. Aquí en Chosica, solo soy uno más a escondidas, cerrando la boca, colocando mi luz en alguna acequia antigua. Aquí en Chosica solo me queda el ultimátum de volver al tiempo sin retorno y amanecer de nuevo entre árboles ausentes.











Quien grite primero
dará fe de su existencia
y dejará de sangrar
por la boca del otro

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